Saturday, November 16, 2013

Perder o No perder...

Donde quedó el aprehender de los errores, el levantarse después de una caída, lo importante es dar el mayor esfuerzo y/o ganar no lo es todo.

Parece que nuestra sociedad la tiene cada día mas miedo al éxito por lo que busca estandarizar a la gente y evitar que los perdedores se sientan menos. El exceso de celebración en los deportes profesionales es cada vez más penalizado, la euforia de la victoria debe ser contenida para no herir a los derrotados y sobre todo, los niños no deben tener el sentimiento de fracaso.

Como todo padre, uno siempre busca que nuestros hijos sean perfecto, que cumplan sus sueños y que nadie los detenga en su vida. Sin embargo, hasta donde podemos protegerlos con una burbuja irreal de lo que pasa en el exterior; hasta donde, los debemos dejar probar los mieles y los hieles de un mundo que es maravilloso, pero al mismo tiempo macabro y crudo.

Ve con orgullo, como muchos padres llevan a sus hijos a competencias deportivas de todos índoles y como salen orgullosos por que sus hijos obtuvieron trofeos, medallas, cintas de colores y otros objetos que buscan premiar el esfuerzo y la dedicación, pero que dejan a un lado la esencia con la que fueron creados.

Partidos de fútbol donde no se cuentan los goles o torneos de tae kwon do en los que se obtiene una cinta nueva con menos de 2 meses de entrenamiento son solo algunos de los más claros ejemplos de la homogeneización de una sociedad que tiene miedo a perder y especialmente, que tiene miedo de que la frustración de sus hijos llegue a la casa y los obligue a dedicarle mayor tiempo.

No sería buen momento de replantearnos en que clase de adultos queremos que nuestros hijos de conviertan. No sería razonable educar a la juventud que en una derrota se puede aprehender más que en una victoria controlada. Hay tantos jóvenes sin que hacer en la actualidad, a los que se les pinto un mundo rosa que los merecía como hijos de dioses y que ahora se ven completamente desamparados ante la vida. Jóvenes que reaccionan a golpes ante la frustración, que no pueden manejar la crítica y sobre todo, que culpan a sus padres por su falta de capacidad para discernir.

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